mercredi 8 avril 2015

La cocina de Downton Abbey



Mis queridas amigas (y amigos, por supuesto, lo que pasa es que por los comentarios que recibo en este vuestro blog, parece que hay más amigas que amigos, pero ¡oye! eso me encanta). Pues decía, y corrijo mi tontuna, mis queridos amigos y amigas (o al revés, amigas y amigos, no se me enfaden, que no hay razón para ello, salvo los que llamaba mi madre "enfadicas"), que no creo que os quepa duda de que vuestro bloguero es un absoluto fan de las series de TV, vaya, de las buenas series. Y la última que me he chapado enterita, desde la primera temporada, ha sido "Downton Abbey". Magnífica. Me lo he pasado la mar de bien, noche tras noche. Lo único que siento es que se haya acabado. Pero, en fin, que parece que va a haber una sexta temporada.

Lo cierto es que el mundo decadente de los aristócratas británicos da mucho de sí, sobre todo si está tratado con la fluidez y ligereza que lo trata la serie. A mí, qué queréis que os diga, me gusta Inglaterra. Los gentlemen de la campiña serán unos bordes, pero son unos bordes muy educados, y eso es de agradecer. Pero, en fin, que voy a lo que voy. La serie me ha fascinado. En especial, la condesa viuda, la impresionante Maggie Smith. Un monstruo. Magnífica. Sus frases lapidarias son una maravilla. Hay cientos, pero os pongo solo un par de ellas:




"Un aristócrata sin servidumbre, es tan inútil como un martillo de cristal"

Hablando con su nieta Sybil:


"Sybil, la grosería no puede substituir el ingenio"

O, en fin, esa escena en la que se sienta por primera vez en una silla giratoria:



Cuando Matthew le dice que si quiere le cambia la silla, Ella responde: "No importa, navego bastante bien"

Hay una lucha de monstruos de la pantalla cuando Shirley MacLaine, que es la madre de la condesa de Grantham, visita Downton Abbey, pero para mi gusto, gana claramente Maggie.





Del resto de los personajes de la serie, de los nobles no tengo gran cosa que decir, salvo que la condesa me recordaba a mí alguien, hasta que vi el otro dia "Erase una vez en América" y la encontré con un pilón de años menos ligando con Robert deNiro. Bueno, añade un poco de relajo americano al rígido mundo de los aristócratas ingleses.




Elisabeth MacGovern y Hugh Bonneville, como Lady and Lord Grantham


Pero, a mí, lo que realmente me gusta de la serie es la cocina, el mundo de los sirvientes, un mundo bajo tierra, totalmente separado de los nobles que viven arriba:


Y dentro de la cocina, ¡mi personaje favorito de la serie! Mrs Patmore, la cocinera:


Todo un carácter. En vista de mi amor a la cocina de la serie, un servidor se puso a buscar datos por aquí y por allá, y decubrí un libro absolutamente necesario para entender un mundo al que -vaya, qué le vamos a hacer- no hemos tenido acceso directo, aunque, de haberlo tenido, mejor nos hubiera ido arriba que abajo de las escaleras. En la serie, todo resulta muy idílico, pero en el libro de Margartet Powell, no todo es tan bonito.


El libro, que es autobiográfico, aunque pinta la dura vida de la servidumbre en los años treinta,  trabajar, trabajar sin descanso, sin casi días libres, por una paga más bien mísera, tiene un sentido del humor muy británico. Yo, la verdad, me he divertido un montón leyéndolo. He descubierto en este blog (pinchad aquí si queréis) que está traducido al castellano. En todo caso, la foto de la edición española es menos pichi que la de la sirvienta en la edición inglesa. En cualquier caso, os lo recomiendo, amiguetes.




Pero en fin, corta el rollo tío cebollo y vete al asunto. El asunto es, ni más ni menos, que como homenaje a la cocina de Downton Abbey, un servidor se ha confeccionado una charlotte, tal que la que lleva Moseley en una magnífica secuencia, creo que de la temporada tres, cuando se había teñido el pelo:



Con tal fin, he conseguido la receta en un sitio internet, tal que éste (pinchad aquí, vamos, gurriatos).
Hacen falta fresas, gelatina en polvo, azúcar (no está en la foto, ea, no cabía), crema, yogur y esos bizcochos que los ingleses llaman "lady fingers", pero que vaya usted a saber cómo se llaman en español (¿soletillas?):


En un cuenco, mezclo, primero el azúcar y la gelatina. Luego añado un puré que vuestro seguro sevidor ha hecho con las fresas y el túrmix (no hay foto, rayos, que estaba ocupado trabajando) y he calentado en el microondas un poquito. Bato (del verbo batir)



Le añado el yogur y la crema y bato y bato hasta quedarme lelo, para que no se formen grumos:


En un cazo (uno es que no tiene más que lo imprescindible para cocinar y luego contárselo a mis amigotes), corto los bizcochos por la base y lois dispongo formando un círculo. Tapizo el suelo del cazo con los restos de los bizcochos, y vierto el mejunje:



Y nada, unas cuatro horas al frigorífico. Cuando lo saco, el rollete está en desmoldarlo sin que se rompa, pero ¡lo hice, lo hice!. Añadí fresas troceadas y azúcar glas. La cintita es por aquello de que esto es un plato para nobles, qué diablos:



Para acompañar, aunque yo no bebo, como todos sabéis. Sí, sí, no reíros, que por aquí, en francés me dicen "Sorokin, qui n'aime pas le vin" (hay que pronunciarlo a la francesa para que rime: "Sorokén, qui n'aime pas le vén). Bueno, pues aunque Sorokin no bebe, en este caso, desde la altura de mi ignorancia vinícola, os recomiendo un buen Madeira, botella que tenía desde mi último viaje a la isla:




Venga, besotes y como dicen en Albacete "que lo disfrutís"